domingo, 29 de mayo de 2011

Huesos

González se sentó apoyando la carne en la mesa y quedó con la vista fija en el plato. Tanteó hacia los costados buscando los cubiertos y con las manos temblorosas cortó unos pedazos, se llevó uno a la boca y comenzó a masticar.
En el otro extremo de la habitación junto a la puerta, tirado como una alfombra vieja, se encontraba el perro rodeado de cartas. Todas cerradas y con la palabra vencimiento.
Tragó y manteniendo la vista en el plato, soltó un fuerte suspiro. El ruido atravesó la habitación hasta encontrarse con el par de orejas peludas. El hocico poco brilloso empezó a funcionar, y la respiración aumentó comprimiendo las costillas contra la piel.
Dejando el cuchillo en la mesa, estiró la mano hasta alcanzar la sección de empleos. Los ojos cambiaron de posición apenas unos centímetros, sin molestar al tenedor que comenzaba un nuevo recorrido.
Ya sobre las cuatro patas y en un lento andar, comenzó a acercarse. La baba producida por un espaciado jadeo, caía desde la lengua.
Con la comida llegando a la boca dio vuelta la página, guiando al dedo índice a través de los clasificados. En el mismo instante, unos dientes opacos se asomaban por debajo de la mesa.
Al tratar de pinchar un nuevo pedazo, el ruido del metal le devolvió la vista al plato vacío, giró la cabeza y detectó una cola alejándose en furioso movimiento pendular. Insultando, se tiró contra las patas traseras logrando atraparlas. El animal al ser embestido, sólo atinó a cerrar la dentadura evitando soltar la carne.
Los primeros golpes fueron contestados con gruñidos, para no desarmar el cerrojo producido por los dientes. Esto molestó aún más a González, que aumentó la intensidad del castigo. Puño derecho, sangre, respiración entrecortada, puño izquierdo, huesos rotos, olor a transpiración pesada, oscura. Así continuó mecánicamente, sordo a las quejas, hasta detenerse debido al cansancio y el dolor en las manos.
Se sentó al lado del cuerpo inmóvil, se secó los ojos humedecidos de sudor y pudo ver la boca abierta junto al pedazo de carne. Lo comió sin importarle la saliva que tenía, mientras unas lágrimas caían a través de una leve sonrisa.
Cuando ya no quedaban restos, se levantó sin mirar atrás y continuó camino hasta llegar al dormitorio, terminando sobre una cama vieja.
Durmió profundamente, con la cara oculta en el colchón de resortes vencidos que absorbía todo el cuerpo. Sólo los tobillos sobresalían.
Durante la noche, una puntada en los músculos lo hizo desacomodar. Luego, un fuerte tironeo en la zona del pie terminó por desgarrar el dolor.
González retorcido y ahogado en un grito, abrió los ojos. Un saco peludo de huesos jadeantes, lo miraba con la boca llena de sangre y piel.

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